La
Guerra Civil española ha sido muy mal tratada por la literatura,
sobre todo por la contemporánea. Lo que me puedan decir o dejar de
decir escritores como Almudena Grandes o Muñoz Molina sobre ella me
importa poco menos que nada. Esa Guerra Civil de buenos y malos, de
héroes y villanos, como si de un estúpido, infantil, cómic de
superhéroes americano se tratase, no me interesa para nada. De la
Guerra Civil me interesa el sufrimiento, directo, de las personas, de
los civiles, y de los militares rasos, las batallitas, las
heroicidades, para psicópatas, para megalómanos, para políticos.
Los toros desde el tendido se ven más pequeños, el fútbol desde la
grada, desde la pantalla, se ve muy fácil, y comprensible, y de una
Guerra Civil, la mayor tragedia que puede vivir, sufrir, un país, no
se puede hablar con distancia, desde la frialdad del forense, del
escritor de oídas. Cualquier libro escrito por personas que vivieron
de primera mano la contienda, por parciales que sean, tiene más
valor que uno escrito, imaginado, en la actualidad. Excluidos todos
los bélicos, todos los sectarios. Si ese testigo presencial es un
niño, “Yo fui feliz en la guerra” de Chumy Chúmez, “El
barranco” de Nivaria Tejera, o una adolescente, “Celia en la
Revolución”, miel sobre hojuelas.
La
mirada limpia, desprejuiciada, desideologizada, de un niño, de un
adolescente, es la manera más objetiva, clara, de afrontar cualquier
conflicto. Su comunión con la vida, con el presente, es absoluta, y
las pajas mentales, filosóficas, ideológicas, les resbalan. La
única diferencia es que para un niño la guerra es sólo un juego
más, unas vacaciones sin cole, y para un adolescente hay algo más
de conciencia de su propio sufrimiento, y de los demás. En “Yo fui
feliz en la guerra” hay sufrimiento, miedo, hambre, rodeando al
personaje principal, un niño, sin que apenas los interiorice, y en
“Celia en la Revolución” el sufrimiento, el miedo, el hambre, es
un todo, externo e interno. Chumy Chúmez adopta una distancia
irónica como narrador, y Elena Fortún se borra. En ambos tienes la
sensación de estar viviendo la Guerra Civil de primera mano, en
presente, sin literaturas, retórica, ni ridículos lirismos. La
Guerra Civil verdadera, la del heroísmo cotidiano, la de la
supervivencia, la de los civiles, la de las mujeres y los niños, los
grandes olvidados de las guerras, y de las no guerras. Quien prefiera
batallitas, sangre, sudor y semen, que se aliste a la legión y se
vaya a descapullar monos a Afganistán. Que nadie se lleve a equívoco
con el título, no forma parte de la saga de libros de Celia, aquí
el costumbrismo más o menos complaciente, sin sangre, es sustituido
por la amarga realidad a palo seco, sin bicarbonato, sin colorete.
Por supuesto fue publicado posteriormente, décadas después, las
dictaduras sólo entienden de vencedores y vencidos, y los civiles
solo son engorrosos peones del juego, mala literatura.
No
recuerdo cómo llegué a “Celia en la Revolución”, el GRAN libro
con mayúsculas sobre la Guerra Civil, supongo que por mediación de
Carmen Martín Gaite (¿sus conferencias en la Fundación March?),
reconocida Fortunista. Solo recuerdo que traté de comprarlo, sin
éxito, debido a su precio desorbitado. Lo encontré en una
biblioteca infantil de Valladolid, y no sé si esa fue la primera vez
que lo leí completo, creo recordar que anteriormente conseguí una
copia escaneada incompleta por internet en un blog. El caso es que
empecé a hacer proselitismo del libro (cuando nadie lo hacía,
incluido Trapiello) en redes sociales y blogs, e hice un PDF que subí
gratuitamente a internet, su primera versión digital (2014), con gran éxito
de descargas. Al poco tiempo, 2016, y casualmente, la editorial
“Renacimiento”, vieja conocida sevillana, prefiero no entrar en
detalles, decide reeditar el libro, solo tuvo una primera edición en
“Aguilar” de 1987, que pasó completamente desapercibida. Celia,
mito de la literatura infantil de posguerra, en los años 80 ya no
era la heroína de las niñas, más bien lo era “Esther” de
Purita Campos. Hasta aquí todo bien, mi objetivo al subirlo era
precisamente ese, que se reeditara, lo mismo con el resto de PDFs,
que me lo agradezcan o no, es lo de menos, ya se sabe que en España
apropiarse de los méritos, esfuerzos, ajenos es casi una tradición
secular. Obviamente
sin la labor de Marisol Dorao, filóloga inglesa gaditana, que se
hizo con una copia manuscrita del libro inédito (aunque se sabía de
su existencia, fue la propia editorial “Aguilar” la que puso a
Dorao sobre la pista, el hijo ya muerto les había dado el dato, y le
mencionan que seguramente lo tenga su viuda, vamos que azar lo que se
dice azar, el justo), la labor del resto no existiría. Tampoco sin
la nuera (última familiar viva) neoyorquina de avanzada edad de
Elena Fortún, Anne Marie Hugh, que guardaba la copia en una maleta,
o bolsón según el día, y que decidió regalársela a la filóloga
porque la iba a tirar, o para su publicación en España según el
día, y que posteriormente no quiso devolvérsela (me parece bien,
así ahora está en España y no en manos de algún coleccionista).
Sin esta fallida y deshonesta primera transcripción de Marisol
Dorao, que seguramente leyó Carmen Martín Gaite, nadie podría
leerlo en la actualidad, así que conste en acta mi eterno
agradecimiento. También al donante anónimo del manuscrito,
seguramente familiar directo de Marisol Dorao (que murió en 2017),
que en 2021 lo donó a la Biblioteca Joaquín Leguina, donde reside
el archivo de Elena Fortún. Sin esta copia posteriormente
digitalizada por el archivo, que se puede consultar gratuitamente, no
habría podido contrastar la transcripción con el original.
Transcripción que poco tiene que ver con el original, Dorao (y los
editores, correctores, de “Aguilar”), como buena filóloga,
decide que no le gusta la puntuación de la Fortún, y lo puntúa a
su manera, lo llena de comas. Y ya metida en faena, pues decide
cambiar algunos tiempos verbales, reescribir algunas frases,
inventarse algunas palabras, cientas, de difícil transcripción,
suprimir otras (tan fácil como indicarlo con una nota, son cientas
las palabras no transcritas y todas son legibles, con mucho esfuerzo,
pero legibles), y entre pitos y flautas, entre arbitrariedades
varias, miles de cambios, o simplemente errores, aparentemente
insustanciales, pues escribe, escriben, su propio libro, no el de
Elena Fortún. Esa pasión de los filólogos, de los hispanistas, y
de los editores-correctores (el cáncer de la literatura) en general,
por reescribir los libros de los demás es digna de estudio, supongo
que esa falta de respeto, de lealtad, de fidelidad, a la literalidad
de los textos, a su estilo y ortografía, también la permitirán en
el caso de los suyos, en el muy hipotético caso de que existieran,
que no suele suceder, quedaros con este concepto: escritor frustrado.
Resumiendo, que con esta transcripción exacta, e integral, del
libro, se cierra por fin el círculo de “Celia en la Revolución”
(que de boceto tiene lo justo, los tachones y los añadidos de la
propia Fortún son mínimos, se nota que es una copia en limpio a
lápiz) un círculo con muchas aristas en el que he puesto varios
granitos de arena.
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