28 de octubre de 2010
Nevera portatil Campos
Mi querida nevera, otro juguete más. La mayor ilusión de un infante era poder llevarla, mejor dicho, intentarlo, a los dos pasitos la tenía que coger nuestro forzudo padre porque nos limitábamos a arrastrarla por el suelo, que para que nos vamos a engañar, era muy divertido. También lo era meter los chismajos azules de plástico helados para que se conservara el frío, llenarlos era otra juerga, solía acabar más agua en el suelo que dentro del envase. Y lo más de lo más, el mayor reto para un niño, era encargarse de cerrar la tapa con las dos pinzas, casi tan fascinante como el cierre de las Caseras. Aunque siempre parecía estar bien cerrado, la mayoría de las veces quedaba suelto y al tirar del asa todo el contenido acababa por el suelo, o lo que era peor, en la tierra, o en la arena. La de pobres sandías que habrán terminado con traumatismo craneal.
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